Hoy, en todas partes del mundo, millones de personas encabezadas por jóvenes, salieron a la calle en la 6ta Movilización Mundial por el Clima. Nuestra casa esta en llamas y el momento de actuar es ahora.
La humanidad ha ingresado en un proceso destructivo sin precedentes. Uno que, a menos que se aborde de inmediato, nos catapultará hacia la destrucción de todo lo que apreciamos: nuestras familias, esta tierra, sus pueblos y ecosistemas, y el futuro de las generaciones venideras. La catástrofe climática junto al colapso de la red de la vida será ineludible sino actuamos de manera urgente y decidida.
La ciencia es clara: hemos desatado la extinción masiva de la historia planetaria- o la primera aniquilación biológica-. Según el Panel Intergubernamental para la Biodiversidad y los Ecosistemas de la Naciones Unidas, 150 especies se extinguen por día y más de 1.000.000 de especies corren riesgo de desaparecer en los próximos años.
El colapso de nuestro clima ha comenzado. Incendios, supertormentas, inundaciones. Sequias inimaginables generán hambrunas en toda la tierra a medida que desaparezcan los suministros de alimentos y el agua dulce. Las Naciones Unidas estima que para 2050, la mitad de la población mundial vivirá en áreas no aptas para producir alimentos y sin agua suficiente para sobrevivir. Cientos de millones de personas serán forzadas a migrar de forma masiva.
La ciencia más conservadora y rigurosa, representada en el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático de las Naciones Unidas, formado por miles de científicos de todo el mundo, declaró a fines de 2018 que tenemos menos de 10 años para cambiar radicalmente nuestro modelo de producción y consumo.
Aunque la combustión de combustible fósiles para producir energía, para transporte y para calefaccionar, es la principal causa de emisiones con el 55% del total de emisiones, la agricultura, es decir el uso de la tierra para producir alimentos, forraje y combustibles, es una de las principales fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero -GEI- (y la principal causa de pérdida de biodiversidad). A nivel planetario, la agricultura emite aproximadamente el 30% de las emisiones de GEI. En Argentina, la participación sube a casi el 40% según el inventario de Gases de Efecto Invernadero realizado por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación en 2017. Al analizar la participación de la agricultura según sus fuentes, la emisiones provenientes de la fermentación entérica de los rumiantes representan casi el 35% del total de emisiones del sector, seguido por la conversión de bosques por pastizales o cultivos (21,2% y 16,1% respectivamente). Podemos también mencionar a las actividades agrícolas (residuos de cosecha y fertilizantes sintéticos entre otros) que representan el 14,1% del total de emisiones, mientras que las excretas en pastura corresponden al 12,9% del total de emisiones.
De este informe podemos visualizar que cómo producimos nuestros alimentos, y en especial cómo producimos la proteína de base animal – a base de monocultivos como la soja y el maiz que avanzan sobre ecosistemas y el engorde de animales con métodos intensivos y antibióticos- es una de las razones del colapso climático y ecosistémico que se avecina cada vez más. Ante la notoria participación de la agricultura en esta crisis civilizatoria, cambiar radicalmente la forma en como y que producimos (y consumimos) nuestros alimentos es urgentemente necesaria.
La agroecología no es sólo la respuesta para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que emite el sector agrícola, sino que es la única opción factible que tenemos para captar el carbono del aire y atraparlo en el suelo – es decir para enfriar el planeta-, al mismo tiempo que produce alimentos sanos y saludables para la población. Debemos entender al suelo como un organismo vivo, que respira, come y crece.
Suelo sano, plantas sanas, animales sanos, humanos sanos, clima sano.